365 escritos

365 escritos.- Escrito 91. 17 05 2011

 Depuración de deficiencias genéticas

Después de llegar a esta hipótesis,  ha regresado a aquellos individuos apocados y retraídos que unió sin querer a los distintos… ¿porqué los incluyó sin darse cuenta en el mismo grupo? Distinto, no es equivalente a retraído o apocado. Un individuo distinto, podía ser, como en el caso del muchacho búlgaro, un individuo de otro país, o de otra raza, o de otra cultura, pero no por fuerza, más apocado o más retraído. Sin embargo es verdad que en los niños (aún con escasez de educación y cultura), y también en algunos mayores, se dan esas situaciones en que se menosprecia o se da de lado a niños con carencias psíquicas o físicas. ¿Se trata de un caso distinto al del menosprecio al diferente? ¿Es esto una forma o una estrategia para impedir o dificultar el éxito de estos individuos con deficiencias? Ciertamente a un niño que sea distinto por la razón contraria, porque tenga mejores características psíquicas, porque sea más inteligente que el resto, tradicionalmente también se le suele dar de lado; pensaba en el tópico del empollón (no así al que tiene mejores características físicas), aunque esta situación no parece tan evidente… Podría ser, podría tratarse de una estrategia distinta; en este caso no se trataría de homogeneizar los grupos sociales, sino de depurarlos de posibles defectos. Y pidió, que la disculparan las personas con estas carencias; a ella la habían educado para aceptarlas y para ayudarlas a desenvolverse en la vida.

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365 escritos. Escrito 90.- Che 2 (12 05 2011)

A pesar del sofoco, el sol no castigaba con demasiada fuerza; estaba atardeciendo. Desde la siguiente loma, en efecto, el sendero encaró un descenso prolongado y recto; al fondo se veía ya el mar Caribe, refrescante e inmenso.

Unos cascos se oyeron de pronto y sólo tuvo tiempo Lidia para esquivar, apartando un poco la cadera, al pequeño caballo que casi trotaba detrás de ella. Se quedó sorprendida tanto por la aparición repentina de la bestia, como por su rápida reacción. Pasó tan cerca que quedo impregnada con su sudor. Incluso la desplazó levemente al apoyar la pata trasera del flanco con que la rozó. De nuevo, escuchó otro ruido suave de pasos detrás y volvió la cara deprisa para encontrar un hombre tan moreno como ella, de bigote negrísimo y muy poblado, con el torso desnudo y musculoso, andando con mucha mayor seguridad que su caballo y que ella misma, que ya había resbalado varias veces con los guijarros sueltos del sendero, allí donde quedaban desprendidos. Llegaba a su altura ya.

–          ¿No oíste a la yegua? Pensé que la ibas a oír, casi te tira al suelo… -dijo el hombre-.

–          Es verdad, me ha rozado por aquí –contestó Lidia tocándose desde la cadera hasta la axila, por encima de la camisa holgada de tirantes que llevaba casi completamente mojada-.

El hombre, fingiendo preocupación, se acercó a la chica estirando la mano para sujetarla de la muñeca, como queriendo ver detenidamente lo que ella había señalado, pero ella se apartó rápida. Parecía que otra yegua fuera a pasar de nuevo a su lado.

–          Deje, deje,… no ha sido nada, no se preocupe… deje.

Se quedó mirándola con pena, porque sospechó tan rápido como ella lo hizo con las intenciones de él, que esa chica tan bonita que había visto alguna vez cerca de Puercas Gordas, no era tan inocente como dejaba ver su expresión y, casi podría decirse, su cuerpo, que hasta ese momento no creía él aún el de una mujer. Recordaba además haberla visto muy recientemente jugando por entre las casitas de la aldea.

–          Bueno, bueno,… no te preocupes… -le dijo al tiempo que pasaba de largo-.

Lo que le detuvo definitivamente en su acercamiento a la chica fue sobre todo la inmensa tristeza que vio en su cara. Ella, enseguida, quedó ensimismada otra vez en sus pensamientos, en cuanto el hombre del bigote pasó de largo. Sus ojos se dirigieron al suelo, seguramente para evitar más resbalones o una caída, pero la impresión real que daba era la de no tener fuerzas ni ganas para mirar al frente y deleitarse siquiera con el hermoso cielo, algo rosado ya.

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Escrito 89.- El regreso

Con veinticuatro años partió de este pueblo mísero hacia Sevilla para viajar a Las Indias y buscarse una vida lejos de la pobreza de su tierra; lo hizo como soldado olvidando el acomodo de su familia y entregándose a la dureza de la vida militar. No sabía que ya no volvería a ver su tierra de la provincia de Extremadura, seguramente aburrida para su sangre joven y efervescente y que se transformaría, después de tantos años y penalidades en aquellas lejanas y salvajes regiones del planeta hacia las que se dirigía, en su tierra añorada.

Navegó por el río Paraguay inmenso, seguramente recordando el Tajo, o el Guadiana o el Guadalquivir, siempre llevando sus recuerdos escondidos entre su presente poderoso. Como una ventanilla hacia su infancia, que en los peores momentos le ayudaría en la vida esforzada que llevaba.

Años de luchas, de guerras, de exploración, de muertes próximas, de selección de los más fuertes, de vértigos, aunque también de familia… una mujer en aquellas tierras lejanas, sus propios hijos, su sangre,… otra vez aquel acomodo del hogar perdido, casi olvidado…

Pero él era un soldado y su vida era la milicia y su patria… al fin, con 43 años fundó un poblado con el nombre con el que siempre soñó bautizarlo, el de su pueblecito lejano en su corazón. Lejano en la Tierra.

Murió poco después tratando de llevar habitantes a esta población incipiente, de adquirir las riquezas morales que quizás no paró de buscar y que a lo mejor nunca supo qué eran. ¿Quizás recuperar su sueño de infancia perdido? Pero allí se quedó, muerto en alguno de esos páramos americanos preguntándose qué sentido había tenido toda su existencia.

***

De entre los dos millones de habitantes de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia tuvo que partir una mujer de viaje con su familia hacia España y mezclarse entre los cinco millones de personas de Madrid y viajar por España, tan lejana, tan distinta de su tierra, tan imaginada. Observando de soslayo el paisaje seco del verano peninsular, los vehículos lujosos, las calles, sus niños, los hoteles, los grandes centros turísticos, las modernas arquitecturas futuristas de las grandes ciudades y los pequeños y envejecidos pueblecitos pesqueros, contaminados de turismo y forasteros.

Tuvo que atravesar la península por las enormes vías como vasos sanguíneos que intercambian sus moléculas entre las ciudades y países, de allá para acá, y para más allá. Ya observando la señorial Trujillo en la distancia, entre los bolos graníticos del berrocal dónde se ubica, y ella sin parar por la autopista, hasta fijarse en algo que como una joya entre la basura le disparó hacia su cabeza perpleja entre las múltiples novedades de los últimos días: “Santa Cruz de la Sierra 10 Kms.”… no podía ser… pero estaba segura que lo había visto. Con paciencia de madre y de mujer madura esperó que pasaran los kilómetros y la vió, allá en la ladera de la sierra, con ese color dorado y elegante y ese tamaño casi de cuento para niños…. Santa Cruz… tenemos que parar…

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Escrito 88.El ángel

Soñé con un ángel. Creo por fin que existen. Deben de existir. Aunque si eso es verdad mi sueño adquiere otra importancia. Adquiere importancia.

Me encontraba en una casa vieja y casi en ruinas y ella volaba y jugueteaba por encima de mí. Pasaba y volvía a pasar entre las grandes hebras de telaraña que colgaban del techo. Se trataba de una golondrina. Las cogía, las soltaba, las volvía a coger. Yo me sentía feliz con ella y me entretenía y me embobaba. Como cuando era un niño y jugaba a saber más de ellas que nadie. Creía que teníamos una especial relación, para ser yo un humano y ellas animales silvestres al fin y al cabo.

De pronto mi golondrina se fijó más en una hebra mayor y puso un especial empeño en ella. Parecía como que quería usarla para su nido o algo así, tales eran las ganas que ponía. Yo la ayudaba, se la agarraba y ella pasaba sujetando la punta e intentando hacer un nudo.

La casa dónde estábamos era una de esas antiguas con bóvedas, oscura pero no demasiado. Era una oscuridad agradable aunque irreal. La estancia era alargada y espaciosa y yo me situaba en una hamaca, en una butaca algo más estirada de lo habitual, en un extremo pero mirando de cara al interior de la estancia; quizás un pasillo, acaso un área de paso amplia.

Ella parecía flotar, navegar en el aire, no tenía el aspecto, desagradable a veces que tienen las golondrinas que defecan, ensucian, vuelan despavoridas, te incomodan, te sorprenden y asustan cuando abres de pronto las puertas viejas y las molestas tú a ellas. No, mi golondrina era un ser suave que parecía levitar, se desplazaba jugueteando entre las grandes y tampoco desagradables telarañas.

Decidí pasar a otra fase en nuestra relación. El jugueteo con los nudos y los lazos nos había dado confianza. Alargué mi mano hacia ella como pidiéndola que se posara, diciéndola que la quería más próxima. Quería acariciarla, ¿qué se yo que quería? Ella se acercó, y no sé cómo, como suceden las cosas en los sueños, llegó hasta mí andando, o flotando. Pero no era ya una golondrina, era una mujer bellísima. O quizás no tanto. Llevaba ropas blancas, vaporosas, rosadas y muy pálidas, como su cara de muerta, dulce e irreal. Agradabilísima, delicada. Blanca sobre todo pero algo sonrosada también. Completamente de otro mundo.

No me dijo nada, solo extendió su mano, agarró la mía suavemente y se fue. Sin darme cuenta desapareció igual que vino, pero dejó un recuerdo en la estancia en la que me encontraba. Había orinado detrás y delante de mí. Lo supe solo por los dos charquitos que dejó con el papel blanco de secarse… “Pues sí, también orinan los ángeles, sin duda. Y además se limpian como una mujer.” Tampoco me cabía ninguna duda de que era un ángel, y conste que nunca he creído en ellos.


Escrito 87

7 05 2011

Colonia romana (de “La Huella de Medusa”)

En Colonia hay un museo romano con un mosaico magnífico, el Mosaico de Dionisio, con sus dibujos de ánades y con sus escenas bucólicas que parecen escapadas de algún poema de Virgilio, emplazado en su misma ubicación de siempre, pero con algunos edificios más de los que tenía a su alrededor cuando se creó.

Hay también un fragmento del empedrado de una antigua vía romana, la que llevaba hasta el Rin, un pozo y varios restos más, que, la verdad, no dicen gran cosa. También hay un arco, que formaba parte de la muralla que rodeaba la ciudad, de la que también se conservan algunas partes.

Muy pequeño. Insignificante. Sobre todo al lado de la fabulosa “Dom”, la catedral de Colonia. Uno de los edificios más emblemáticos de Alemania. Altísima. Tiene dos torres de vértigo, con ciento cincuenta y siete metros de altura. A su lado, el viejo arco pierde toda la importancia de sus muchos años. Se empequeñece. Mengua sin que se pueda remediar.

Aquí si que hay que derrochar imaginación para apreciar estos restos en lo que valen. Son lo más destacado de la Colonia romana.

En cambio, lo que más he apreciado yo hasta ahora, de esta hermosa ciudad, han sido a los profesores y maestros, a sus niños y niñas y la paciencia exquisita de los primeros con las melenas y chulerías de los adolescentes, que no desinterés, pues pese a todo su actitud es sumamente receptiva y respetuosa, y también con los gritos estridentes de los chiquillos, con su inquietud y con su alegría desbordante. “A veces, algo de tristeza no viene mal para el espíritu, chicos”.

Es muy agradable verlos sentados delante de la calzada romana, dibujándola callados, o palpando algún pedazo de arenisca tallada. Muy reconfortante, aunque cuando hayan llegado a las vidrieras del Dom, a sus bóvedas, a sus pilastras, a los arbotantes escondidos y disimulados entre un bosque de pináculos; allí, se les habrá olvidado todo lo romano. No se creerán que alguna vez pertenecieron esos restos a un fabuloso imperio.

Antes de abandonar Colonia para ir a Tréveris compré una postal antigua, del Dom, de los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Y es sobrecogedora. Me ha producido un sentimiento de gran repugnancia hacia los culpables de aquel desastre. He pensado también en aquello que llamaban “el milagro alemán” que habla mucho y muy bien del carácter humilde -aunque no lo parezca a simple vista- y sufrido de esta gente, que lejos de hundirse más en sus miserias, lograron unirse y sacar este país adelante, y hacerlo una de las mayores potencias económicas del mundo. También he pensado otra vez en el paso del tiempo sobre los restos romanos. Tampoco le  afectaron las bombas al pequeño arco cercano al Dom…


Escrito 86.- Che 1

5 05 2011

No se movía ni una mísera brizna de aire entre la vegetación densa que ocultaba el sendero; andar por allí era como atravesar una atmósfera detenida, gaseosa, pero con las características de quietud de un sólido; como pasar por entre medio de su sustancia. Debía de quedar marcado el paso de los cuerpos en el aliento vaporoso de la selva que cubría las laderas. Si hubiera tenido color el aire, seguro que se hubiera quedado dibujado el camino del paso de la gente por encima del sendero.

De vez en cuando, a lo largo del espacio vacío delimitado por las paredes de vegetación que bordeaban el estrecho camino, se colaba algo así como una fina hebra de frescura, tan insignificante que casi molestaba más que complacía. Era como recordar que podía existir algo más respirable que esa agobiante atmósfera, pero que, no obstante, estaba lejos de allí.

La ladera se suavizaba, y empezaban a hacerse más escasos los enormes helechos como paraguas sobre la senda, transparentando el cielo detrás de los encajes y filigranas vegetales, circulares y sutiles. Parecía que incluso tuvieran varillas y que hubieran podido cerrarse. Un cierto aspecto mustio también en las ramas y en las hojas, un aspecto como de cabellos mojados, incrementaba la sensación de agobio en la atmósfera claustrofóbica.

Pero de nuevo el frescor en hebras entreverando el gas detenido y denso circulaba por el pasillo entre la maraña verde. Subía. Se abría paso desde abajo. Desde el mar, que se vería pronto desde allí. Sí, se vería pronto. Detrás de la siguiente loma se vería.

Desaparecían poco a poco los helechos pero se dejaban ver más abundantemente las pronto omnipresentes palmeras; palmas reales éstas de aquí; con estructura corporal muy parecida a la de los helechos arborescentes de estas sierras que circundaban Corcovado. Troncos delgados y largos –mucho más que los de los helechos- y parasoles circulares pero discontinuos, con el verde de las hojas restringido sólo a las varillas de esas enormes sombrillas.

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Escrito 85.- La hemorragia en el dedo gordo del pie

Sangraba por una herida en el dedo gordo del pie que no me dolía; quizás sólo me escocía. La sensación era como la de perder sangre de un modo descontrolado con el miedo de no conseguir pararlo. Asomaba algo así como la punta de un cristal afilado que con una gran facilidad me cortaba y hacía fluir más y más sangre. Tomé la decisión de atajar el problema y decidí sacar el cristal, que tenía la punta dirigida hacia fuera de mi cuerpo, o sea, la parte más roma estaba dentro de mi carne. Tiré de él hacia afuera con el temor también de no ser capaz de agarrarlo sin cortarme; pero conseguí hacerlo. Tiré de él y poco a poco ví que salía un cristal cada vez más grande que iba abarcándome una mayor parte del dedo, del pie, y casi me llegaba hasta el tobillo, todo por la parte del empeine. Veía que me abarcaba una parte cada vez mayor, pero tenía que acabar con aquello y tiré y tiré hasta sacarlo entero. Era una decisión que tenía que tomar sobre la marcha, porque ya no podía dejarlo así. Tenía que acabar de una vez con esa situación. Afortunadamente la hemorragia no estaba en relación con la herida que me hice al extraer lo que parecía el culo de un vaso. La herida parecía carne fresca como la que puede verse en una carnicería. Entre roja y morada o violácea, pero sin la abundante sangre que sería esperable en una herida semejante.

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Escrito 84. Dentro del paisaje

Medito sobre las prisas de nuestra sociedad, sobre porqué lo hacemos todo a toda velocidad, y me acuso de ser el primero en hacerlo, porque si hacemos un viaje nos gusta ir al sitio más exótico pero en el menor tiempo posible. Y claro, no se puede disfrutar de la misma forma. Como no se puede disfrutar moviéndonos en un coche a una velocidad de vértigo, de la misma forma  que disfruto ahora de la imagen de Las Villuercas que llevo metida en mis ojos desde que llegué a aquel cruce y accedí a la carretera por la que ahora me desplazo. Una imagen preciosa que va impregnándote, por que la llevas contigo, va de continuo a tu lado, estás dentro de ese paisaje. En un coche no alcanza a ser ni tan siquiera una postal. Aquí, sobre las dos ruedas aquellas escarpaduras se te traducen en sudor, en triunfo, en una alegría infantil e inocente, en un sufrimiento agradable, en un tiempo a medida de la carretera, de los kilómetros. A veces me apetecería estar toda la vida sobre estas dos ruedas. No es lo mismo disfrutar durante un minuto, dos minutos, tres minutos, una hora,… «pues fijaté, aquel debe ser el pico Villuercas, y parece que tiene una antena en la cima, ¿y aquel otro más bajo cuál será?», o incluso imaginando que desde un pequeño camino que parte a la izquierda podremos ver una agradable vista, y realmente la vemos, un valle impresionante que nunca, nunca, nunca lo había visto, y que ahorá tengo que pensar y averiguar de qué valle se trata; y pienso que es increíble que un paisaje tan extraordinario quede habitualmente oculto a los ojos de todos los que hemos pasado mil veces por esta carretera. Yo creo que tiene  que ser el valle del río Ruecas, que después de dejar Cañamero hace una curva enorme y rodea por aquí una gran loma. (Las Villuercas, Extremadura, 3 DE AGOSTO DE 2000)

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Continuamos en: http://www.facebook.com/notes.php?id=1678309183

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Escrito 12.- Los Parásitos (3)

Recuerdo como nos quedábamos ensimismados mirándoles entre nuestras piernas, allí donde se agarraban y se enquistaban. Recuerdo nuestra turbación al cabo de unos momentos. La sensación molesta de la necesidad imperiosa de mirar y del malestar que nos causaba la turbación. Pero realmente no me acuerdo con claridad de cómo eran ellos entonces, ni de tu ser previo a aquellos momentos. Lo que sí me queda es la certeza de ese tiempo dulce, y una visión desordenada de su correteo implacable entre nuestras piernas.

Pero no quiero que nadie piense, ni tú, donde quiera que ahora te encuentres, que añoro lo que fuimos. ¡Qué va! Lo que pasa es que mi continua confusión no me deja expresarme bien. Creo que lo único que añoro es cuando tú y yo nos conocimos. Todo lo que sucedió estando juntos. Nuestras vivencias. Las confidencias. La monumental confusión. ¿Cómo pudieron aquellas adversidades unirnos de ese modo? Antes de aquello éramos compañeros, pero era algo irrelevante. Cuando hablo de conocernos me refiero a a partir de todo aquel tiempo turbulento. Lo de antes no cuenta. No echo de menos el orden ni la estabilidad. Ni el equilibrio. Parece mentira, pero siento un cierto placer al abandonarme en esta confusión. Creo que es en realidad tu ausencia lo que lo impregna todo de melancolía.¿Cómo podemos ser los mismos? ¿Cómo puedo centrar mi cabeza, mis manos, todos mis esfuerzos, mis sentidos o mi ilusión en mi obligación y mi deber, si pierdo el tiempo y la concentración tratando de encontrar una dependencia entre la imagen con la que he soñado esta noche y la de los pómulos prominentes que vi horas más tarde cruzándose conmigo?

¿Y qué decir del último mes, si lo he pasado pensando en tu pelo negro como un tizón, tan brillante y frondoso? Tan negro. ¿Cómo podría dar todo lo que tengo dentro después de ti?

Ya no puedo aportar nada. Muchas veces dejo de hacer lo que se me exige y me pongo a mirar hacia la última galaxia con mis ojos inútiles, dedicándome a soñar con algo que no sé lo que es.

***

– No son una plaga. Simplemente alguien los ha traído y han comenzado a colonizar el continente.

– Pero, ¿no es eso una plaga precisamente…? ¿de dónde proceden?

– Sólo existe una especie parecida en un archipiélago situado en un área de transición entre dos regiones zoogeográficas, al oeste del meridiano 35.

– ¿Y qué tipo de animales son?

– Son una especie de “rincocéfalos” de biología bastante desconocida hasta ahora.

– ¿Cómo de desconocida?

– Mucho. En realidad aún no sabemos si sus hábitos son subterráneos, trogloditas o incluso parásitos. La ausencia de órganos sensoriales parece explicar alguna de estas hipótesis.

– ¿Podría explicar brevemente cómo son en realidad estos animales?

– Bien, más que amorfos, como se les suele describir, yo les llamaría dimorfos, porque aún con su plasticidad y su carencia de forma definida, aún con su capacidad de variar su estructura corporal a voluntad, aún así, hemos podido diferenciar dos morfos. Uno, denominado “Morfo 1″ o “Proboscídeo”, dotado de una leve trompa que creemos que puede llegar a tener una gran variabilidad; y otro “Morfo 2″ a secas, al que nunca se le ha observado esa probóscide y sí, una leve depresión comprimida por los laterales.

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Escrito 11.- A lo mejor Cuba

A lo mejor pureza es la mejor forma de describir a Cuba, a Trinidad, en estos momentos nocturnos de Carnaval. Es muy difícil describir el ambiente. El coche que tengo a mi lado, una auténtica obra de arte y un cacharro a la vez. A pesar de todo en Cuba acaban floreciendo las personas. Los niños montando en las atracciones mínimas, ingeniosas y paupérrimas de la feria: un buey sobre el que se les pasea, bicicletas dobles y de tamaño infantil, destartaladas, que vuelan a velocidades vertiginosas bajo las desbocadas criaturas. Como locos con estos placeres tan sencillos y excitantes. Un cochecito eléctrico con un gran cable que controla el propietario de la atracción, el precursor de los coches-choque de las ferias de España. Otros coches pequeñísimos, a pedales en esta ocasión, para niños más pequeños ayudados por sus padres. Incluso triciclos. También una noria pequeña pero estremecedora, para adolescentes, que aquí son hombres y mujeres, que se desgañitan chillando y que yo no soportaría sin vomitar. Fidel en los televisores; muchos escuchan atentos. La mayoría procura emborracharse con cerveza servida a granel desde camiones feos que parecen vehículos militares. Medio pueblo vende cerdo asado. Otro medio a lo mejor lo comerá. También flores en bandejas para las novias pasan de un lado a otro.

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Escrito nº 10.-Cerdo agridulce

Normalmente solemos ser lineales y simplistas al elaborar una opinión sobre las características psíquicas de las personas: ¿tiene que ser un hombre a la vez buen padre y buen marido? ¿tiene que renunciar a su ser como macho animal? No tiene porqué, creo. Pueden convivir ambos aspectos, aunque también creo que pueden tener una relación que haga que ambos caracteres vayan juntos. ¿Puede ser por ejemplo un macho deseoso de multitud de hembras y a la vez un ser profundamente celoso de las que considera “suyas”? ¿Se puede, como el protagonista de “Crash”, ser un cerdo con los usuarios de sus servicios como policía, y a la vez un ser excepcionalmente dulce y paciente con su padre, y a la vez también, ser valiente y decidido como el que más?

Pero esto, a la mayoría de los mortales nos impresiona; me refiero al contraste. Es un magnífico recurso para una película o novela. Algo similar sucede en “Poderosa Afrodita”, la protagonista exhuberante, una mujer con un cuerpo espectacular pero con una mente simple y ordinaria, se rebela como un ser dulce y muy tierno cuando habla del hijo que dio en adopción; no hay ni un día en que no se acuerde de él; nos habíamos acostumbrado a valorarla casi satíricamente, hasta que surge ese tema y asoma de su interior esa ternura escondida, esa delicadeza inesperada; y conmueve; logra el director su objetivo, sin duda.

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Escrito nº 9.- Las verdaderas bestias

Continuando con el alegato en favor de las bestias animales y contra las bestias humanas, pongo un último ejemplo: El de la destrucción de la Tierra a manos de las personas, una inmensidad comparada con los daños que pueden provocar los magníficos elefantes en África, si intentamos comparar y mostrar un ejemplo de un animal que en determinadas ocasiones arrasa su entorno, eso sí cuando hay una superpoblación provocada… ¿a que no se imaginan por quién?-.

Los pobres paquidermos, las pobres bestias… que sólo se dedican a comer para vivir y que no pueden controlar su inmensa fuerza de colosos. Destrucción la que hacen los hombres, completamente conscientes, con las minas y canteras, con las extracciones de madera. Destrucción la de los millones de kilómetros de carreteras y autopistas, la del envenenamiento de los ríos, la de los miles de millones de hectáreas dedicadas a la agricultura que están convirtiendo el planeta en una esfera monótona y gris, la de los bosques de las riberas fluviales, la de las, por poco tiempo, inmensas selvas, aunque ya escasas si comparamos con los desiertos y estepas desarboladas. Destrucción la de la atmósfera, emponzoñada por los avariciosos que expulsan sus efluvios para asfixiarnos a todos, en fin, ¿para qué seguir? ¿A qué animal se le ocurriría, egoista y conscientemente destruir su medio de vida de esta manera?

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Escrito nº8.-Los parásitos (2)

Todo me llega de forma muy vaga, pero algunas cosas las recuerdo como si las acabara de vivir. Me acuerdo muy bien de los investigadores que envió el ministerio para evaluar si en realidad esa colonización acabaría convirtiéndose en una plaga. Ahora hace gracia pensar en cuáles hubieran sido sus miedos si sólo hubieran podido imaginar el ciclo biológico completo de aquellas criaturas. Claro que ellos en aquel momento no tenían ni idea de dónde procedían aquellos seres. Hubiera sido una pista muy importante. Con sólo haber relacionado la idiosincrasia tan peculiar de las personas de aquella parte del mundo con la presencia de esos seres se habría ahorrado tiempo y trabajo. Sólo tenían que haber relacionado el comportamiento tan descabellado de esa gente con los animalitos amorfos. Su comportamiento era muy conocido. Aparecía en todos los manuales y tratados de antropología. Tan conocido que ahora podemos saber perfectamente hacia dónde vamos. Es decir, podíamos haberlo sabido, de no haber afectado la parasitación nuestra capacidad de análisis.

Poco a poco os volvisteis diferentes. No por los rasgos externos, no me refiero a eso. Era algo interior. Ya no éramos los mismos compañeros, dejasteis de ser tan fieles con nosotros como lo habíais sido hasta entonces, como aún lo éramos entre nosotros mismos, como nos hubiera gustado serlo con vosotros si hubiéramos podido.

Sí, vuestro cuerpo cambió, pero el nuestro también. ¿Y qué? ¿Qué importancia tenía eso? ¿O es que antes no éramos diferentes también? No pasaba nada. ¿Porqué tenía que pasar algo? Antes de la parasitación, las diferencias nos uniformaban. Nos homogeneizaban. Antes éramos multiformes pero parecidos por ello. Visto desde fuera parece una sandez, pero es así. Ahora sobre todo somos dimorfos. La diferencia más importante hizo que nuestra heterogeneidad perdiera importancia. Somos menos heterogéneos y sin embargo parecemos más distintos. Yo sé porqué es, ya lo he dicho en más de una ocasión. Antes no nos importaban nuestras diferencias. Ahora nos separan. Una sola lo ha conseguido.

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7º escrito.- Trinidad

Trinidad

Nubes de incendio,

palmeras en el viento,

miedo, esperanza,

y poco a poco el cielo.

Ron en la mano,

redondo goterón,

chiquillos en el charco,

música, espera, vapor.

Como pez escapando,

de pronto un perro corriendo,

mujer canturreando,

aguacero, chaparrón.

Músculo y guitarra,

piedra en el son,

agarrando, saltando,

sal, bochorno, sudor.

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Escrito 6.- Celos animales

¿Somos los hombres más celosos que las mujeres? Si lo analizamos entendiendo a las personas como los animales que en realidad nunca hemos dejado de ser, existe la certeza de que los machos somos más celosos que las hembras; al fin y al cabo nunca puede tener el hombre la certeza absoluta de que los hijos de su pareja son de él, mientras que ella, sí tiene alguna certeza, es que obviamente son suyos, de ella, y no tiene que temer estar dedicando su tiempo y energía a criar a hijos que puede que no sean suyos. O sea, como muchos animales, el hombre debe velar por que la descendencia sea realmente suya impidiendo o dificultando que su pareja se relacione con otros posibles machos. Algunos animales llegan incluso a taponar la vagina de la hembra después del acto sexual. Esto, en zoología, se llama competencia espermática. En lo relacionado con los celos, nuestro comportamiento, el de los varones, parece completamente innato. Es una estrategia comportamental que se ha adquirido evolutivamente. La inmensa mayoría de las veces nos sale sin querer ese sentimiento de propiedad y de celos exacerbados. A algunos quizás nos afecte más que a otros. La educación y la cultura desde luego tienden a suavizar los fuertes instintos que llevamos dentro, pero ahí están, es difícil luchar contra nuestra naturaleza.

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Escrito 5.- Los parásitos (1)

Éramos seres monótonos, predecibles, estables y con una gran capacidad técnica para ordenar, para planificar y para desarrollar ideas. No había sensaciones extrañas que nos disturbaran. No había necesidades que nos hicieran perder la cabeza. Pero necesitábamos descanso. Necesitábamos combustible. Necesitábamos lubricarnos. Al final nuestras uniones acababan rozando y chirriando si no nos lubricábamos. Y nos ayudábamos a engrasarnos los unos a los otros. Ya cuando nos hacíamos mayores padecíamos algunas enfermedades relacionadas con el rozamiento de nuestras uniones.

Éramos también demasiado parecidos. Teníamos diferencias, sí. Pero muy pocas. Éramos intolerablemente parecidos. En el aspecto externo no; cada uno teníamos la nariz de una manera; unos aguileña, otros chata, otros del tamaño de un picaporte. Los ojos los podíamos tener grandes, muy bellos, con unos colores muy equilibrados, muy bien mezclados, tanto, que parecían estar conjuntados a propósito y no como el resultado de un cúmulo de casualidades.

Todas estas diferencias no nos importaban nada, si no era para elegir mejor nuestras posiciones en el trabajo, en las relaciones, en la vida. Pero para nada más. Si estábamos en una u otra posición nos daba igual. Lo aceptábamos bien. Si nos relacionábamos con una u otra persona lo aceptábamos bien. No éramos una especie problemática. Es decir, no lo éramos hasta que sucedió la primera parasitación. ¿Quién se iba a imaginar que seríamos parasitados por aquellos seres amorfos y con tan escaso atractivo?

(continuará…)

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Texto 4.- El hombre y la violencia

Los diez caminaban sin orden con los fusiles sujetos con las dos manos y sin quitar ojo del cuerpo desnudo que andaba por delante de ellos. Llevaba los brazos cruzados sobre el pecho, quizás por la vergüenza o quizás por el terror. Tenía la mente y los músculos atenazados por el miedo; ni siquiera podía pensar en escapar. Andaba sin pensar.

-¡Vamos, mueve el culo! – oyó Violeta detrás, y sintió casi al mismo tiempo un pinchazo doloroso y frío en la espalda que hizo que arqueara el cuerpo con un escalofrío y acelerara el paso de forma instantánea cuando recuperó la vertical.

Todos vieron la marca roja que dejó la boca del fusil junto a la columna vertebral de la chica.

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Una persona que mata, una persona violenta, no siente, no puede o no debe de sentir, o se evade perfectamente de esa sensación, por que si se pudiera trasladar imaginariamente y convertirse en la persona que sufre, sentir su dolor, seguro que no podría ser así de violenta. Si no es exactamente así, la crueldad que comete sería enormemente mayor.

***

El cuerpo rodó por la pendiente oponiendo sólo al final alguna resistencia, porque la cuesta abajo se suavizó cerca de la cuneta. Más que rodar, se deslizó por esa parte final, levantando algo de polvo. Todos miraban con expresión imposible de definir. A lo mejor era una mezcla de miedo, de incredulidad o de euforia. Quizás era cómo una liberación porque parecía que se iba a acabar ya esa locura.

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La muerte violenta es algo habitual en el hombre. Vivir cerca de ella. Causarla. Una persona violenta, un asesino en potencia debe de pensar que de golpe puede quitarse problemas, que puede al menos desahogarse pensando que lo ha hecho por fin. Que ya ha acabado. Debe de ser como una catarsis. Al menos durante el momento de arrebato que le lleva a cometer un acto así de irracional y despiadado.

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Texto 3º.- Animales que se vanaglorian de no serlo

Jugando a encontrarnos en nuestra confusión de animales que se vanaglorian de no serlo; seguro que encontramos más ejemplo de comportamientos mucho más bestias que el de las inocentes y adorables bestias de toda la vida; otro caso: un tigre de trescientos kilos es un ejemplo de bondad al lado de un narcotraficante que se enriquece matando y destrozando la vida de millones de desgraciados de todo el mundo. ¿Una bestia… aquella criatura tan maravillosa?; sí, lo es, pero, por supuesto, sin ninguna connotación despectiva.

Somos además tan simples y ramplones que no apreciamos cuál es la realidad. Que no nos damos cuenta que los verdaderos ejemplos somos nosotros. Otro caso: decimos que son perros (vagos) los perros. ¿Los perros vagos? Vagos los miles de millones de personas que se pasan la mitad de su vida sentados delante de un televisor viendo sandeces. Esos sí que son perros. Estos maravillosos animales, los perros, si son algo, son sinceros (y generosos con el ser humano); no revisten su descanso y pereza de engaños como lo hacen las personas con los juegos de ordenador, partidos de fútbol, telenovelas, películas, etc. Nos engañamos a nosotros mismos. ¿No es esto vaguear? Nos pasamos mucho más tiempo que ellos sin hacer nada, aunque no dormitando como ellos; los humanos nos entretenemos, eso sí, pero hacer, hacer, no hacemos nada.

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Texto 2.- Las verdaderas bestias

Somos tan prepotentes y jactanciosos que nos permitimos el lujo, nosotros, unos seres sanguinarios que matamos de un plumazo a ochenta mil ciudadanos inocentes (en Hiroshima, por ejemplo), de llamar bestias, pongamos por caso, a una manada de lobos que matan a sus presas para comer. Utilizamos incluso su hermoso nombre lobuno como insulto.

Continuando con las bestialidades, las atrocidades sexuales que cometen las personas no tienen nada que ver con las escasísimas, si es que lo llegan a ser, perversiones que podrían existir en el mundo animal. ¿Bestias?… bestias los seres repugnantes que practican la pederastia, no escasos y organizados incluso. O los pobres seres que practican el bestialismo (ya que estamos con el término). Estos comportamientos de desequilibrados, si se dan entre los animales, es por error, y son disculpables por tratarse de una necesidad innata impuesta por auténticas tormentas hormonales y por faltar o escasear el verdadero objetivo de sus deseos (a lo mejor por una escasez de individuos del sexo contrario en la población o por tener difícil como individuos el acceso a ellos). Y disculpable también por no ser conscientes del daño que podría hacerse sobre las crías (si es que en su caso, en el caso de los animales, se hiciera). Las razones de este comportamiento de bestias en el ser humano, son idénticas que en los animales, seguro, seguro que quien prefiere a un niño que a una mujer en sus relaciones sexuales es por sus dificultades de acceso a ellas (por imposiciones religiosas, físicas, psíquicas…); la diferencia importante es que las personas sí que son conscientes del daño que hacen y por eso no son disculpables; por eso son bestias de verdad.

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Texto 1.- Caminos más cortos

Una sensación que siempre he tenido cuando he andado por un camino desconocido: al ir, siempre parece mucho más largo que al volver. ¿Será una sensación real, la tendrá todo el mundo, o sólo será una impresión mía?

Es curioso, el camino es el mismo, claro, la que cambia sin duda es nuestra sensación mental. Ni siquiera debe de cambiar lo que percibimos por nuestros sentidos, sino cómo lo interpretamos psíquicamente. El descubrimiento de nuevas imágenes, sonidos, olores nos deben de hacer sentir que el tiempo pasa más lento y, al contrario, la percepción de sensaciones que ya conocemos deben de hacernos sentir que el tiempo pasa más rápido.

¿Responderá todo a una estrategia fijada evolutivamente en nuestra mente? Igual que hay determinadas preferencias que nadie nos enseña y que las llevamos impresas genéticamente, como la atracción sexual hacia determinadas formas u olores, quizás ese gusto por lo conocido (en un camino en este caso), que hará al tiempo pasar más deprisa, y esa desazón por lo desconocido, que puede hacernos sentir que pasa más lento, quizás también es algo grabado evolutivamente como parte de nuestro comportamiento innato.

¿Qué necesidad, qué presión selectiva ha podido ser la que haya permitido fijar las características topográficas previamente conocidas en forma de sensación placentera en nuestra mente? Se me ocurre que quizás la necesidad de cualquier especie animal de conocer adecuadamente el territorio donde se desenvuelve.

Pero a las personas también nos gustan las nuevas sensaciones; sorprendernos con visiones desconocidas. Nuevos mundos, nuevos paisajes. Lo exótico, incluso lo desolador. Sí, existen también alicientes para que deseemos conocer nuevas tierras; la curiosidad congénita del hombre entendiéndola desde un punto de vista geográfico, un placer unido a una desazón.

Un comentario

14 12 2010
caty

Si hay un animal destructor somos nosotros, pero tambien podemos cambiar este tipo de comportamiento, ahora tenemos muchas herramientas de comunicacion ,mas que nunca, y pienso que el mundo esta mas dividido que nunca, o sea ,por un lado los que lo arrasan todo y todo por un puñado de dinero, y por el otro lado los que lo unico que queremos es proteger la vida de estos asesinos. La cosa esta cruda, y si lo piensas te desasanimas porque el poder del dinero, de las multinacionales,de las mafias es inbatible, o quizas no deberiamos pensar asi y no tenerles miedo, en todo caso es dificil pero no imposible

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